¡Uf, qué calor!

Escrito por 24 junio 2016 0 1

Cada vez que visitaba a mis abuelos de la Huerta, me llamaba la atención la cantidad de agua que llevaba la acequia. Con ella regaban el arbolado y los cultivos que de forma rotatoria iban plantando y almacenaban toda la que podían en tinajas, que, una vez reposada, servía para beber. Era agua abundante, más de media acequia, limpia, dulce y potable. En los últimos años va vacía, o casi vacía, y el agua es salobre y de mala calidad.
¿Dónde está el agua de la Huerta, el agua de los regadíos tradicionales? ¿Por qué hemos de mendigar un agua que era nuestra desde antes de Alfonso X? Dicen que la mezclan con la del Trasvase, con la depurada y con la de los pozos de sequía y luego se reparte entre todos. Muy bien, que hagan lo que quieran pero, ya que no nos pueden devolver la calidad de antes, al menos que nos den la cantidad de agua que siempre fue nuestra.
Entre unos y otros: autoridades, huertanos y especuladores, por desconocimiento, dejadez o avaricia, la Huerta desaparece. “Para qué voy a plantar si no hay agua”, dicen unos. “Para qué vamos a dar agua si casi nadie cuida los huertos”, dicen los otros. Y así, como Venecia, la Huerta muere cada día un poco más.
Nadie protege la Huerta. El Catastro, al amparo del Plan General de turno, de vez en cuando le da un mordisco y recalifica como solares un trozo. La Junta de Hacendados, en vez de montar en cólera en su defensa, pone su granito de arena: no monda la acequia y, al no llegar el agua, los huertos se convierten en solares más rápido. Los afectados, aburridos e impotentes, los abandonan y se van transformando en secarrales llenos de hierbas que son pasto de las llamas cada 2 o 3 años. Así da menos lástima verlos cuando meten las máquinas y lo convierten todo en una era.
“¡Uf, qué calor!”, dicen ahora todos. Nadie repara en que la Huerta cuidada y regada aporta a los pueblos inmersos en ella y a la ciudad, un microclima que atenúa las sofocantes temperaturas veraniegas. Pero, claro, eso de los microclimas, como lo del cambio climático, es cosa de un par de científicos chalados y cuatro pelucas llenos de rastas y pendientes que sólo hacen enredar.
La máxima autoridad murciana en relación con el agua declara en televisión que el agua “debe verse como una cuestión de Estado y que hay que llegar a un Pacto Nacional del Agua”. Ahí queda eso. Y yo me pregunto, dónde habrá estado los últimos cuatro años.
Ya lo advirtió en 1855 el Gran Jefe indio Seattle al Presidente estadounidense Franklin Pierce: “Sólo cuando hayáis talado el último árbol, matado el último animal y contaminado el último río os daréis cuenta de que el dinero no se puede comer”.
Así están las cosas, amigo lector. Pero éstos no aprenden. Es el precio de la mediocridad. Y ahora me salen con “Murcia Río”. Hombre, un poco de por favor.

Este comentario fue publicado en el diario La Verdad, de Murcia, el 24-6-2.016.

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