Hemos pasado unos días muy duros. Malos. La incertidumbre, el desconsuelo, la tristeza impregnaban nuestros corazones. Esperábamos, el nuevo día, confiados en una mejora, un cambio de tendencia, una nueva luz que lo alumbrara. Pero no. Todo seguía igual. Nuestro pesar iba aumentando con el paso de las horas. De los días. Los nubarrones no escampaban y las primeras noticias empezaron a llegar: empresas que estaba en quiebra o suspensión de pagos, pérdidas económicas, desprestigio internacional…
¿Me refiero a las inundaciones de Los Alcázares y otras localidades? No, hombre. Eso está ya amortizado. Cuando estábamos a punto de caer en un grado de profunda melancolía, se hizo la luz. El gobierno regional lo anunció: Murcia tendrá otra edición del SOS. La décima. Aleluya. Otra empresa se hará cargo y podremos disfrutar de otras 48 horas de ruido, de drogas, de alcohol, de botellones encubiertos. Se recogerán 48 toneladas de basura y los servicios de emergencia atenderán, por coma etílico, a 48 nenes y nenas, los más inteligentes, que no sabrán divertirse y oír música sin la ayuda inestimable del alcohol. La mejor sanidad de Europa a su disposición. Y gratis.
Hace pocos días, la corresponsal de televisión en Nueva York nos felicitaba la Navidad, pero «sin copa en la mano, pues allí está prohibido beber en público”. Tendrán sus cosas, pero no se puede beber en la calle y punto.
Ahora que el gobierno central está hablando (con los complejos y miedos de siempre) de la redacción y puesta en marcha de una ley anti alcohol, la décima podría servir de ensayo previo introduciendo algo que, por otra parte, debería ser lo natural, lo normal: prohibir el consumo de alcohol en el recinto y los alrededores. Así evitaremos borracheras, suciedad, gastos sanitarios innecesarios, y comprobaremos si la gente va a oír música o a chisparse. De momento esto no lo veremos.
Se habla de obligar a los reincidentes a asistir a cursos de concienciación, es decir, un gasto más: habrá que adecuar unos lugares, pagar a los que den las charlas, los materiales, etc. y el nene o la nena, convertidos en héroes, después de salir en todos los telediarios, se volverá a chispar en cuanto tenga la ocasión. Esto si lo veremos.
Y me pregunto: ¿por qué hay que esperar a que sea reincidente?, ¿quién es reincidente, el que se emborracha dos veces, cuatro, seis? ¿Habrá jueces más tolerantes y otros menos? No les extrañe que haya quien diga que aplicar medidas educativas o económicas a los que se emborrachan atenta contra su libertad de expresión. Que sí, que aquí hay gente para todo.
Yo atendería al que presentara síntomas de embriaguez, faltaría más, pero le daría a él la hoja del alta hospitalaria y a su papá la factura desglosando los gastos originados por su engendro, de los que, por ser la primera vez, le haría pagar la mitad o la cuarta parte y si reincide el cien por cien. A ver quién se cansa antes: unos de cobrar y los otros de pagar.
La Seguridad Social debería atender, gratuitamente, enfermedades y accidentes (sucesos de los que resulta un daño involuntario). Las tonterías aparte.
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