Me sorprende cada vez más el comprobar, día a día, el grado de animalismo que estamos alcanzando. Y no me refiero a los “animales” capaces de dejar en coma a un joven de un puñetazo y cosas peores, ya que a éstos hay que echarles de comer aparte, sino al animalismo como el deseo o la necesidad que manifiestan ciertos ciudadanos para hacerse con un animal de compañía, preferentemente un perro. Todos mis respetos a los últimos pues cumplen una labor asistencial o terapéutica. Hasta creo que hay un partido político que defiende sus derechos, tema transversal, pues todos los seres vivos, incluidas las plantas que diríamos a nuestros niños, lo merecen.
Pero nos estamos pasando, unos por exceso y otros por defecto. Los perros comparten el uso y dominio de las aceras con las bicis y los peatones, y los dueños absolutos de los parterres y zonas ajardinadas. Hacen sus necesidades donde quieren y, aunque es verdad que hay una concienciación muy elevada en la gran mayoría de los propietarios, todavía quedan algunos que son más animales que los perros y te siguen dejando sus recados en aceras o jardines dañando la estética, seguridad, higiene y sanidad de los mismos. Queda pendiente la asignatura del pipí del cien por cien de los canes.
Antes educábamos a nuestros niños a no pisar los parterres por respeto a las plantas. Ahora no los dejan entrar por si pisan una caquita de perro. A esto lo llamo yo avance social.
Por otra parte, los amigos de los animales del ayuntamiento han habilitado zonas, en jardines estratégicamente situados por la ciudad, para que los perros puedan correr y crecer en libertad, ladrar (habrá quien dirá que se está comunicando con otro perro) y quitarse el estrés. Si usted está enfermo, en cama, y tiene el conversatorio perruno junto a su ventana y no le dejan descansar, pues la cierra y enchufa el ventilador o el aire acondicionado, porque el perro tiene derecho a ladrar y usted tiene que ser tolerante y no estresarse.
¿Qué tal un impuesto a los perros? No mucho. Unos 50 € al año. Con ese dinero la patrulla canina podría limpiar y desinfectar los pipís de las esquinas, semáforos y farolas. Sustituir algunas por corrosión. Fumigar zonas invadidas por pulgas o garrapatas y retirar las cacas abandonadas. Además, podrían crear espacios alejados de las viviendas para que se relacionen, hagan amigos o amigas, conversen y suelten la ansiedad, la depresión y el estrés. También, crear un gabinete psiquiátrico gratuito para el tratamiento de aquellos que presenten alguna de estas patologías en grado avanzado. De funcionar bien, podría ser el germen de una futura “seguridad social” para perros: vacunas, esterilizaciones y revisiones anuales gratuitas, deducciones de la cuota por jubilación o invalidez, subvenciones para viajes y excursiones, etc.
Obligar a los dueños a poner un chip a todos los perros y contratar un seguro de responsabilidad civil, tampoco me parece una idea descabellada. Así como denunciar a los que se pillen “in fraganti” pues su conducta incívica repercute negativamente en la gran mayoría que lo hace bien y así evitamos caer en el recurso fácil de la generalización y decir que todos son malos.
Lo que hay que ver. Y oír
Este comentario fue publicado en el diario La Verdad. de Murcia el 23-12-17
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