Parece ser que estamos saliendo de la epidemia de gripe que nos ha visitado este invierno. Las cifras de afectados que se manejan van disminuyendo, sin dejar de ser aún significativas. Las vacunas no han sido todo lo efectivas que se esperaba de ellas y es que es difícil prever qué cepa o cepas se desarrollarán después, y nosotros también hemos aportado nuestro grano de arena para que así haya sido.
Si excluimos el riesgo de contagio en el periodo de incubación de la enfermedad, durante el cual contagiamos a los más cercanos sin saberlo, pues no tenemos síntoma alguno, no es menos cierto que una vez que se ha manifestado nos quitamos a los niños de encima y con un antipirético y un calmante los facturamos al colegio, eso sí sin fiebre – es la excusa perfecta-, donde causan verdaderos estragos. Los adultos igual. Tal y como nos hemos montado la vida, tampoco pueden parar ya que son imprescindibles y no suelen tener sustituto en sus trabajos en la cocina del bar, en la panadería, en la dirección de las obras, en la línea de envasado de productos agrícolas, en la atención a alguna persona mayor,… Ningún autónomo puede permitirse 5 días en casa, salvo que la enfermedad sea muy grave. Así están las cosas.
Hemos rechazado la sabiduría popular, en virtud de la cual nuestros padres heredaban de los suyos la costumbre de no dejarnos salir de casa los días que duraba la fiebre, que tenías que cocer, en el sentido estricto de la palabra, bajo 3 mantas a base de caldos, y si tenías una edad, café con leche con un buen chorro de coñac. Con ello estaban protegiendo a sus hijos para que la enfermedad no se complicara más de la cuenta – recordemos la falta de médicos, hospitales, medicamentos, penicilina, etc. de aquellos años- y de paso estaban cortando miles de vías de contagio. Ahora dirán que este pensamiento está más cerca de la Edad Media, cuando tabicaban puertas y ventanas para que no entrara la plaga, que de los tiempos modernos, pero ni una cosa ni otra.
Ahora sugerir que una madre quede al cuidado de sus hijos unos días, con las correspondientes medidas de protección de su empleo, promoción en la empresa, reconocimiento social, etc., sería motivo para derramar chorros de tinta por ser una sugerencia machista, pero nada más lejos de mi intención. Todos los niños y menos niños cuando enferman llaman a su madre. Tienen un algo que las hace mejores, preferidas. Los padres nunca llegaremos a ser como ellas por más que entrenemos.
No tengo datos de las pérdidas económicas y de calidad en los servicios que causa el tándem invierno – gripe, sin duda menos valiosas que las humanas, pero deben ser cuantiosas: pérdida de horas de trabajo, sobrecosto en gastos de personal para suplencias, gastos sanitarios, traslados a hospitales fuera de la región, ambulancias, etc.
El Tribunal de Cuentas nos vuelve a dar un tirón de orejas por no reducir el déficit sanitario. Pero, ¿qué puedes hacer cuando los hospitales están de enfermos hasta la bandera, ves a más de 450 casos en urgencias un día, los Centros de Salud doblando las consultas, etc. etc?
Tal vez “inmovilizar” a los niños en casa unos días con las medidas mencionadas para uno de sus progenitores no sea una idea medieval, sino económica y sanitariamente rentable.
La automedicación y el uso alegre de los antibióticos están creando bacterias resistentes a los mismos. Si no cambiamos ciertos hábitos será innecesario un meteorito para extinguirnos. Lo conseguiremos nosotros solos, sin ayuda externa.
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