Estaba en mis cosas cuando apareció por el callejón una muchacha sollozando y murmurando algo que no entendí. Unos metros más atrás su compañero, portando una pata torneada de una mesa de camilla, con su tornillo y todo, le indicaba, amenazante, el camino de regreso a casa. Al llegar a mi altura la tensión se relajó, pero a los pocos metros tomó copero de nuevo y no sé qué pasó al final. Impresionado todavía, al día siguiente expuse la situación a una alumna de edad parecida perteneciente al mismo colectivo y, para mi asombro, contestó que lo veía bien porque “la mujer tiene que hacer lo que le mande el hombre”.
Si a este grupo que está siglos entre nosotros, le sumas otros recién llegados para los que una mujer vale menos que una cabra, parejas que se unen por conveniencia- obtener la nacionalidad por ejemplo- , los celos patológicos, influencias de una cultura de odio hacia los hombres, la ausencia casi total de educación básica, y que las cabezas no están bien, basta una raya de más, un litro de más, o un ataque de cuernos de más, para que salte la chispa y sumemos una mujer más a esta infame lista.
¿La solución? Evidentemente no la tengo. Si supiera qué es lo que hace que un hombre llegue a ese estado de enajenación mental para matar, con el primer objeto contundente que se le viene a la mano, a la persona que poco tiempo atrás era lo que más quería en este mundo, tal vez tendría la solución. A bote pronto se me ocurre: más educación y endurecimiento de las penas. Pero, ¿cómo educas a personas que nunca quisieron educarse y ahora tienen una edad? No obstante esta es mi úníca esperanza: la educación.
Las estadísticas son un pelín esperanzadoras, pues hemos pasado de 71 -72 al año a 54-55. Sobran todas las de la estadística, pero algo está calando.
Seguir agarrados a la tradición ancestral, la falta de valores por los que un hombre se unía a una mujer, el cambiar lo establecido durante siglos en unos pocos años, la falta de horas de escuela, la intolerancia, la impaciencia, las campañas de satanización del hombre y las pocas luces de unos y otros son ingredientes que propician estas reacciones injustificables difíciles de detener de momento.
Ese comentario fue `publicado en el diario La Verdad, de Murcia, el 20 -7-2.019
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