Aforo.

Escrito por 15 mayo 2020 0 0

Coincidiendo con los días finales de los últimos años, entidades tan prestigiosas como la Fundéu (Fundación del Español Urgente) promovida por la Agencia EFE y el BBVA, o la Real Academia Española (RAE), proponen un listado de doce o catorce palabras de entre las que eligen la más representativa, bien por haber estado en el debate social y los medios de comunicación o haber sido consultadas al Diccionario de la Lengua. En unos casos son neologismos y, en otros, palabras ya consolidadas. Así, selfi, refugiado, o microplástico se hicieron en su día con el galardón de palabra del año.

Las autonomías con lengua propia también la eligen, promovidas por la Universidad Pompeu Fabra y el Instituto de Estudios Catalanes, la Sociedad de Estudios Vascos o la Real Academia Galega. La elección se hace por parte de equipos de lexicología o votación popular.

Este año, casi con seguridad, palabras como confinamiento, cuarentena, desescalada, mascarilla, coronavirus, pandemia… serán justas candidatas. Pero yo quiero defender desde este humilde espacio la candidatura de la palabra «aforo», que ya empieza a escucharse, aunque en menor medida y es, para mí, la palabra que debía haber marcado hace ya mucho tiempo nuestras rutinas y que ahora será clave y una parte de la solución a los tiempos que vienen.

Definida por la RAE como “Número máximo autorizado de personas que puede admitir un recinto destinado a espectáculos u otros actos públicos”, se aplicará a comercios, negocios, bares, teatros, instalaciones deportivas, etc. Pero ese sentimiento de orden y de racionalidad que emana de esta palabra, no debe quedarse en los establecimientos mencionados, trenes, aviones, etc. sino que debería elevarse a una categoría superior aplicando orden y racionalidad a decisiones de calado más amplio como por ejemplo establecer el aforo de una ciudad en cuanto a la cantidad de vehículos a motor que pueden entrar en ella cada día, el número de vehículos que pueden estar aparcados en la calle, o el número de viviendas que se pueden hacer en los sucesivos ensanches, creando megaciudades contaminadas atmosférica y acústicamente, estresantes, sucias, pues cunde más manchar que limpiar, difíciles de manejar por su tamaño e irracionalidad en situaciones de crisis, levantando 17.000 viviendas por aquí, 12.000 por allá a ser posible en vertical, con tal de parecernos o ser más grande que esta o aquella ciudad, donde, por efectos de la contaminación o cuando hay un problema como el coronavirus, la gente muere a millares.

Hemos aprendido poco. Que después de dos meses de encierro y miles de muertos, todavía haya denunciados y detenidos por no cumplir las normas es un mal síntoma.

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