Conocemos el interés del Gobierno de reformarlo todo: la Constitución, la Reforma Laboral, la Ley de Seguridad Ciudadana, la Ley de Educación, … pero nadie habla de reformar el Reglamento del Congreso para evitar el bochorno casi diario que produce escuchar la mayoría de las intervenciones rozando lo ordinario, chabacano.
De entrada, se debería hablar de la indumentaria de los congresistas, pues, aunque el hábito no hace al monje también hubo quien mandó echar a las tinieblas al invitado que no iba vestido para la ocasión. Otros eventos sociales, mucho menos importantes, tienen regulado este tema. En el 82 a nadie se le pasaba por la cabeza ir al Congreso en mangas de camisa con los faldones fuera o con una camiseta serigrafiada. La sociedad ha cambiado, pero ciertas sedes hay que protegerlas de la vulgaridad.
Otro espectáculo es la jura o promesa del cargo que fija el artículo 20.3., pues nadie se ha molestado en consensuar una fórmula que dé opción a jurar o prometer y de la que no te puedas salir por muy inspirado que llegues el primer día al Congreso.
Dice el artículo 70.3 “Nadie podrá ser interrumpido cuando hable sino por el Presidente para advertirle que ha agotado el tiempo…” Debería decir que no será interrumpido por diputados de partidos distintos al del orador, si no, a qué viene tanto aplauso; cada diez minutos una ovación. Pero, ¿estamos en el Congreso o en el Club de la Comedia? Y en periodo de luto nacional, ¿a qué viene tanta euforia plausiva? Acaso está hablando Ortega, Maura, Cánovas, Sagasta o Castelar, (no doy nombres actuales para no molestar). Y se crecen, se vienen arriba en el Congreso que, posiblemente, sea el más mediocre de la democracia cuyos oradores están más cerca del lenguaje (oral y corporal) barriobajero y bravucón, que de la oratoria reposada y clara, sin estridencias ni crispación. Dan una versión hoy y mañana la contraria y les aplauden. Te mienten hoy y te vuelven a mentir mañana, y les aplauden. No contestan a lo que les preguntan, y les aplauden. No cumplen lo que prometen, y les aplauden. Se insultan y les aplauden. Los medios tampoco ayudan dando siempre el rifirrafe entre éste y aquel, dejando la faceta educativa que debería presidir su ideario. No lo entiendo.
Creo que, con un aplauso en la sesión de apertura, otro cada vez que se alcance un acuerdo por unanimidad y otro el día de la disolución de la Cámara, sobran palmas. Más política y menos folclore.
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