Durante siglos, la Huerta se ha venido rigiendo por normas de carácter consuetudinario, es decir, basadas en la tradición, en la costumbre. Pero esto, cuando la Huerta era morada de caballeros, de hombres de palabra y, además, tenían que comer de ella, la cosa funcionaba, lo que no era óbice para que de vez en cuando volara algún legón a la cabeza del vecino que te había quitado el agua, que no mondaba su trozo o no respetaba la tanda en época de sequía.
Pero ahora es otra cosa: una gran parte ha desaparecido para dar paso al hormigón impreso y al césped artificial, y de lo que queda, una parte se ha abandonado porque cuidarla cansa, se suda y pierdes dinero en jornales y la otra parte los románticos, que por aquello de qué diría mi abuelo si la viera así, procuramos que esté libre de hierbas e insectos – que se expandirían a los huertos vecinos-, para que el aspecto global no sea de ruina total, contribuyendo a que quede algo de verdor y frescor que atenúa los calores que padecemos.
Los tiempos han cambiado y la Huerta no se puede seguir rigiendo por normas basadas en las costumbres, pues los huertanos actuales ni las conocen ni les interesa, dando lugar a la anarquía actual.
Llegados a este punto hay que plantearse seriamente si dejarla perder de una vez o mantener y mejorar lo que queda. Lo primero es fácil: basta con subir a la Contraparada, cerrar las tomas de las acequias, parcelar y hacer casas con dos o tres limoneros alrededor que, con el agua de la lluvia, la de la limpieza del filtro de la piscina o directamente la manguera, sobreviven y tienes para el arroz; las acequias las haces carriles bici y los brazales vías amables para bajar el colesterol amenizado por los ladridos de los perros. Lo segundo es más difícil y hay que ser más valiente: poner orden, prohibir nuevas construcciones bajo pena de multa y derribo inminente, sancionar a los que echan aguas sucias a los cauces, obligar a limpiar zonas comunes y a mantener los huertos limpios evitando la propagación de plagas (hace unos días era titular de prensa la invasión de la trepadora “ahorcaperros”) y los incendios, a abancalar para optimizar el agua de riego y no gastar y gastar por aquello de que es gratis, a devolver los terrenos robados a quijeros y cauces, … Pero esto de obligar ni vende ni da votos.
Gracias al Plan de Acción se está recuperando patrimonio: Monteagudo, el Batán, Murcia Río, el Malecón, la Ñora, etc. Pero a la Huerta Huerta, ¿Cuándo le va a tocar?
Este comentario fue publicado en el diario La Verdad, de Murcia, el 11-8-2.020
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