Apenas se habían apagado los ecos de las voces de los trasnochadores que regresan a casa, y los comentarios del grupo de amigos que arreglan el país cada noche sentados en el banco del paseo, cuando aparece por la playa, a las cuatro y media de la mañana, iluminado como una atracción ferial, un tractor de unos 7.600 kilos de peso y más de 160 caballos (datos para que el lector calcule ruido y contaminación), recogiendo y reponiendo las bolsas de los 20 contenedores instalados en la playa, (16 orgánica , 2 para papel y 2 para plásticos ) que son debidamente mezclados en la tolva del tractor, matando la incipiente concienciación colectiva de los que creen en el reciclado.
Cuando crees que ya puedes dormir, llega otro que, de seis a nueve de la mañana, arrulla tus sueños, pasando 20 veces bajo tu balcón, planchando la arena pisada por los bañistas. No la limpia, no se lleva los escasos desperdicios (los bañistas, mayoritariamente aguileños y lorquinos, son gente curiosa), no recoge las piedras ni las pocas algas que haya sacado el mar: la plancha, incumpliendo la ordenanza municipal (Art. 1 párrafo primero, art. 4.1, art 6.1)
Y aunque, como cualquier ley que se precie, en el 20.2 deja una puerta abierta, habría que valorar si planchar la arena es una obra pública urgente, necesaria o peligrosa que recomiende no hacerla de día. Acabado el planchado, un empleado a pie recoge en una bolsa, que no se llena, los restos dejados el día anterior.
Recomiendo que se mantenga a este último y los fondos de la partida de planchado se destinen a baldear con más frecuencia el paseo y a quitar las más de 250 pegatinas que adornan las 93 farolas.
Tienen todo un año por delante para conseguirlo.
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