El caballo Felibón, capataz de la granja Tuvalunia, encargó, a una empresa de trabajo temporal regentada por el zorro Mentirón, la contratación de 176 o más animales para el cuidado de la finca y la alimentación y el bienestar de miles y miles de gallinas, avestruces, ovejas, canarios, ciervos, gamos, gansos, vacas y otros animales que en la granja había.
Mentirón salió por los bosques, las montañas, los mares y océanos en busca de sus amigos los labradores, los mastines, los osos pardos, lobos ibéricos, buitres leonados, burros y caballos serranos. Una vez reunidos les explicó la tarea encomendada. De pronto se produjo un estallido jubiloso: los osos gruñían, los lobos aullaban, los buitres agitaron sus alas y los otros saltaban contentos: por fin tendrían trabajo. Los pequeños, atentos a la conversación de los mayores, exclamaron inocentemente: ¡qué bien mamá podremos comer sin necesidad de que salgas a buscar comida! Mentirón les aclaró que tendrían que comer pienso como los demás animales de la granja, por lo que se produjo un desencanto general. Trataba de convencerlos diciéndoles que era de calidad y lo tendrían en abundancia, no como el de las granjas del entorno, asegurado durante cuatro años y a salvo de las inclemencias del tiempo y del ataque de los depredadores. Entonces los osos le exigieron poder gruñir en cualquier espacio de la granja, los lobos ibéricos exigieron poder aullar y doble ración de pienso y los burros poder rebuznar y tener una franquicia de la granja y después una granja propia. Mentirón les ponía mala cara, pero sólo en apariencia, por dentro estaba satisfecho, porque el pienso no lo pagaba él. Cuando Felibón vio llegar a los trabajadores se preocupó mucho, pero no dijo nada, pues habían cumplido su encargo.
Abuelito, ¿y qué pasó con la granja? El abuelo elevó los hombros y esbozó una sonrisa, pero el niño, pese a la penumbra, pudo ver la lágrima que salía de sus ojos.
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