Hay una “ley de banderas” del año 81 (digo el año para situarla en tiempos democráticos) en la que se especifican usos, colocación…. y es de muy fácil comprensión. No se presta a interpretaciones. Es clara y concisa. Menos de una página del BOE. Diez artículos y cuatro disposiciones. El último de ellos derogado en sus puntos dos y tres por sentencias del tribunal Constitucional en septiembre del 92, lo que me da que pensar que el resto de la ley es constitucional. Dice lo que todos sabemos: que es roja, amarilla y roja, que puede llevar el escudo…. y cosas que algunos no quieren saber, como que “debe ondear en el exterior, y ocupar el lugar preferente en el interior de todos los edificios y establecimientos de la Administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado”, que cuando se utilice “ocupará siempre lugar destacado, visible y de honor”, que si va acompañada de otras “ocupará lugar preeminente y de máximo honor”, y las restantes no podrán ser más grandes, y unas cuantas cosas más. ¿Verdad que se entiende?
Redactada con la candidez propia de aquellos años en los que se pensaba que todos eran y seguirían siendo buenos, la ley no prevé un procedimiento sancionador para los que incumplieran su articulado y lo deja todo en manos del Código Penal, que, después de la reforma del año 95, ya vemos dónde nos ha llevado.
Estoy harto de ver cómo cada vez que sale un político catalán a leer o dar unas consignas, casi siempre antidemocráticas e inconstitucionales, por televisión, aparece al fondo la bandera catalana, acompañada, a veces, por la europea. No es descuido. Es una actuación premeditada, continuada y chulesca.
¿Por qué se consiente esto? ¿Por qué se emiten imágenes de un acto que ya de salida está incumpliendo la ley? ¿Por qué no se advierte a estos señores que si no está la bandera de España en el lugar que corresponde no se emitirán dichas imágenes? ¿Porque atenta contra la libertad de expresión? No, hombre, no. Usted puede decir en su comunicado todo lo que quiera, faltaría más, pero si lo hace desde un edificio oficial usted tiene que empezar por cumplir la ley y no puede poner sólo la catalana, que, dicho sea de paso, me cae muy bien.
Y es que la bandera, si es la mía, expresa un sentimiento, un anhelo, una voluntad inquebrantable de llevar a cabo un destino común, de país, de pueblo subyugado, que tiene que liberarse de las cadenas de la metrópoli, es intocable y muchas cosas más. Si es la tuya, sólo es un trapo que puede ser quemado, vejado, humillado, arrancado de los mástiles y retirado de los escaños del Parlamento públicamente y recomendable no llevar en público ciertos días. Ya se ha visto: en el Día de Cataluña, señeras, estrelladas y punto. Y en las manifestaciones en Barcelona, del domingo día 8 y del jueves 12, españolas y señeras conviviendo sin complejos.
No se cansen. El problema catalán no existe. El problema es la plaga de políticos catalanes, visionarios iluminados, muchos de ellos corruptos hasta las pestañas, que a lo largo de 40 años han ido quitando hilos a las costuras para que, más bien antes que después, nos quedáramos desnudos enseñando las vergüenzas. Todo con la aquiescencia de algunos nacionales haciendo el egipcio. Ya saben: de perfil.
Conociendo cómo está el patio, esto de las banderas es una cosa menor, secundaria. Por eso mismo fácil de solucionar. Ahora toca poner a las personas y a las cosas donde corresponda. Hagan un gesto. Empiecen ustedes por las banderas. Tiempo: cinco minutos. Coste: cero. Y después hablamos.
Este comentario fue publicado en el diario La Verdad, de Murcia, el 13-10-2.017
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