Los alumnos del Conservatorio Profesional de Música de Murcia cuentan con ventaja respecto a otros conservatorios porque el Ayuntamiento los apoya periódicamente con un Programa que podríamos llamar “Sonidos de una ciudad viva”, gracias al cual acaban distinguiendo si los martillazos procedentes del Cuartel de Artillería, los produce un martillo de cuña o de bola, siguiendo un compás de dos por cuatro o tres por cuatro, y si lo golpeado es un hierro macizo o hueco o es una humilde cuña de madera para calzar la pata del andamio. Igualmente saben qué vehículo está dando marcha atrás atendiendo al avisador acústico que llevan.
También desarrollan su poder de persuasión, porque, al estar el recinto cerrado mientras montan y desmontan el escenario, tienen que demostrar al vigilante que van al Conservatorio, algo relativamente fácil para los portadores del instrumento. Los de piano lo llevan peor.
Además, mejoran la tolerancia y el respeto a malas formas de comportamiento grupal, asistiendo a clase entre palés de módulos de andamio, de luces, de efectos especiales, barras de bar, 30 o 40 retretes, bolsas, latas, vasos y otros objetos de adorno pavimental.
Si das clase en la parte opuesta tienes la versión libre de la Sinfonía “La caza”, de Mozart padre: ladridos en la gama del Do sostenido al Sol mayor, dependiendo de la raza, el peso y la edad del perro del pipicán.
Los políticos en la oposición aseguran eliminar el Programa y respetar el entorno del Cuartel, pero llegados al poder tardan en olvidar su promesa menos de lo que dura una semifusa.
Y para las quejas, silencios. De redonda.
Este comentario fue publicado en el diario La Verdad, de Murcia, el 22-9-23.
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